miércoles, 24 de agosto de 2011

Para morir cada noche nacimos.


Mi torpe tributo a Jorge Luis Borges en su 112 cumpleaños

Algunos lo hacen con sosiego,
Otros sin aviso nos despiden,
Y aunque esto sea un poco morir,
Yo no habré vivido si te espero.

Tu aire, tu porte y tú,
El triste corazón que hieres,
Las curtidas manos que te quieren,
Sabias y recelosas ya no esperan
Sino la muerte de quien las hizo
Borracho a imagen y semejanza,
Puede ser;
Borracho de sed y esperanza
Me dijo una vez.

Tintineo de aires,
Devenir de tempestades.

¿Me amarás esta noche?
No lo hagas por la mañana,
No persigas más la muerte,
Que la piel se vende cara
Cuando es de amor la marejada.

El espíritu se pierde en la brisa
Si no es avezado marinero.
Es un mar de calma y rabia,
Un pasaje traicionero
Que se cuelga en las pestañas.
Mi esencia nació en el oleaje
Y del agua es prisionero,
Con lágrimas de hiel ardiendo
Ahora danza, en armonía,
Con el más colorido viento.

De la muerte vive.

¿Libertad?
No, no la quiere.
5 minutitos más.


"Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche , que se llama sueño".


Jorge Luis Borges / Arte Poética

lunes, 22 de agosto de 2011

Memorias de Aurora Navas, memorias sepultadas.


Quiero compartir las memorias que mi tía Aurora Navas, con mucho cariño, tuvo a bien regalarme para mi proyecto de investigación sobre el Campo de Concentración de Castuera. Agradezco el presente como uno de mis mayores tesoros, pues comprendo el dolor candente que aún late en su interior al acordarse de la fatídica época que le tocó vivir en su infancia.

No pretendo otra cosa que remarcar la importancia de la memoria, de recuperarla de quienes la robaron antaño y de quienes tratan de mantenerla sepultada ahora.

Desde mi humilde aportación, desde este, mi pequeño rincón: GRACIAS a todos los que, como mi tía, luchan aún incansables por la justicia, por la ocasión de hacer el homenaje más honroso a quienes murieron bajo la tiranía, por la recuperación de la memoria histórica; POR NUESTA MEMORIA.

Cuando no se tienen rifles,
las palabras son las armas.
No, no es poesía,
pero es alma.


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Año 1939


De aquel tiempo tengo mi primer recuerdo nítido con sensaciones y sentimientos. Últimos días de Marzo de 1939. Es un vagón de tren, la plataforma de un tren de mercancías. Había allí muchas personas apretujadas que caían sobre mi cuando el tren se movía bruscamente. Un hedor de ganado, suciedad y excrementos, a pesar del viento frío de la noche, nos invadía. Hacía mucho, mucho frío. Yo iba sentada sobre las piernas de una mujer y ambas nos cubríamos con un “toquillón” negro. El calor humano y su olor debajo del mismo amortiguaban el hedor y el frío exterior. A través de la ranura que me permitía respirar veía como a la oscuridad de la noche, sucedía la claridad del día. Apenas me daba cuenta de por dónde circulaba aquel tren, tan pequeña era la ranura…

Después, la llegada a la estación de Castuera.

Había mucha gente cuando llegamos. Los gritos estridentes, los empujones, aquel desconcierto me paralizaban. Yo buscaba la mano de un familiar a la que unir la mía. Fue la primera vez que sentí miedo. Ese miedo que me acompañará mientras viva… Después, la penosa marcha hacia el lejano pueblo, andando, agarrada a la falda de una mujer que ocupaba sus brazos con hatos de ropa. ¿Mi abuela? ¿Una de mis tías? Aquella larga caminata hacia lo desconocido, mi afán de agarrarme a alguien que me guiara es el fiel reflejo de lo que ha sido mi vida. Y, aunque no me diera cuenta entonces, allí, en la estación, empecé a perder a mi madre.

Mi madre, Matilde Morillo Sánchez, desempeñaba el cargo de maestra en Daimiel (Ciudad Real), el curso 1938 – 1939. Allí marchó con sus tres hijas. Poco después, toda la familia la acompañaba para apartarse de los últimos combates que se desarrollaban en la Serena.

Cuando Daimiel fue ocupada por las tropas rebeldes, mi madre fue destituida. Mi padre, que estaba en el frente con el ejército republicano, volvió para proponerle que marchara con él. Tenía la esperanza de llegar a Valencia y allí, embarcar para Francia, la guerra estaba ya perdida. En un principio dudó, incluso hizo una bolsa, aprovechando una alfombra, para llevar los enseres de mi hermanita (siete meses), única que los acompañaría. Finalmente, pudo más el amor a sus otras hijas, a sus ancianos padres y a sus desvalidas hermanas y decidió no seguir a su esposo. Así se separaron para siempre.

Sin temor, pues nadie en la familia pertenecía partidos políticos, excepto mi padre, volvimos a Castuera. En la estación esperaban un grupo numeroso de falangistas y dos mujeres que identificaron a mi madre y, en un camión, se la llevaron. Nada importaron los ruegos y llantos de la familia.

Al llegar al pueblo, vieron con asombro que las casas de la familia habían sido requisadas.

Al anochecer de aquel día, después de hacer múltiples gestiones para liberar a mi madre y recuperar, al menos, una de las casas, impotentes, la familia se disgregó y marchó a casas de parientes que tuvieron el corazón y la valentía de acogernos.

Dos días después, mi madre fue liberada aunque debía presentarse cada mañana delante de las autoridades para declarar. La noche del siete de Mayo de 1939, dos convecinos fueron a buscarla. Eran las doce de la noche. Mi madre amamantaba a la niña, la puso en los brazos de mi abuela, se quitó el reloj de pulsera, lo entregó a su hermana diciéndole: “Quiero que se lo entreguéis a mis hijas como recuerdo”. Salió de aquella casa custodiada por aquellos… Sus hermanas, dos de ellas, la seguían hasta la Casa Consistorial, en donde estaba la cárcel. Al entrar volvió la cabeza y miró, por última vez, a sus hermanas, que intentaron, en vano, acompañarla. Allí quedaron, escondidas detrás de la iglesia viendo cómo mi madre fue conducida al piso alto y cómo era vejada hasta que, descubiertas, fueron conducidas, encañonadas a la casa en que estaban acogidas. A la mañana siguiente, mi abuela fue con mi hermanita en brazos y nadie pudo darle razones de su paradero…

Mi abuelo, su padre, murió cuatro días después de aquella trágica noche, clamando el nombre de su desgraciada hija. Tampoco sabemos donde lo enterraron porque no dejaron salir a su mujer ni a sus hijas… Desde entonces, desde hace setenta años, la buscamos. Primero en silencio; luego, abiertamente… Seguimos buscándola los que vivimos aún.

Mi padre, Antonio Navas Lora, destacado socialista y sindicalista, Jefe de Correos entonces, consiguió llegar a Alicante. Allí embarcó en el Stambrook acompañando y padeciendo las peripecias de los “pasajeros” del mismo. Triste, destrozado, desesperanzado (aún no sabía el trágico final de su joven esposa) comenzó un incierto y duro exilio que además fue largísimo.

La familia nos guardó el secreto de lo ocurrido durante años para protegernos, sufriendo en silencio, soledad y miseria, pero sin abandonarnos, hasta que dejaron este mundo.

Se cree que los niños no comprenden nada de lo que pasa entre los mayores; yo comprendía entonces que algo terrible acababa de sucedernos y a la pregunta inocente que hacía a mis tías: “¿Dónde está mi madre?” respondían llorando, pero con firmeza: ”¡Las niñas se callan!”…

Me pides, querido José Cándido, que te cuente “algo” sobre el Campo de Concentración de Castuera y nada sabría de él a no ser por el magnífico libro que el historiador, Antonio López, ha escrito. Admiro a todas las personas que, como A. López o tú mismo, se dedican a investigar esa parte de nuestra Historia que, intencionada y machaconamente, nos aconsejan que olvidemos. Yo pienso que para olvidar algo hay que conocerlo previamente.

Quiero contribuir, desde mi modestia, a esa tarea contándote sencilla y honestamente. Así te lo contaría tu abuela, cómo vivió una niña, hija de los vencidos, el periodo de tiempo en que funcionó dicho campo (Marzo 1939 / Marzo 1940). Son recuerdos, reflexiones sobre los mismos y pinceladas sobre la vida de mis padres, que, tal vez, puedan ambientar el trabajo riguroso y serio que te propones hacer.

domingo, 31 de julio de 2011

No es un poema de amor; ni siquiera es un poema


Sin más adorno que tu esencia,
por estar aquí pensada,
vengo a hablarte desalmado
del porqué de mis palabras.

Los latidos de mi puño,
que inertes son contigo,
se tornan frágiles,
pero fuertes si te has ido.

El festejo de los locos
(que a dentelladas se distraigan)
rifa notas de trompeta;
triste tormenta las baila.

Nace de tus ojos mi anhelo.
De tu ausencia, el valor.
Porto asta sin bandera,
penas cargo con dolor.

Las palabras que tú esperas
se agarran al alma
temerosas del aire
y de ti, de tu calma.

Si las aliento a salir
por las paredes de mi cuerpo,
de tanto que se aferran,
me desgarran y muero.

Ya una vez las entregué,
a medias las devolvieron.
Mil remiendos las sujetaban
pero se fueron descosiendo.

No pruebes mis besos,
tampoco mis abrazos huecos,
no confíes en mis palabras
o compartirás mis tormentos.

No es un poema de amor;
ni siquiera es un poema.
Pero cuando escribo
es tu rostro el que aparece...

Y me quema.

miércoles, 22 de junio de 2011

Crueles ojos los que no miran.


Si sacaran tus entrañas,
ley entre poetas permitida,
volverías aún por amores impedido
a salvar secretos de tu vida.

Nadie ya te acuna
entre brazos ni ropajes.
Nadie soporta el duro roce
de tus dedos, cual alfanjes.

Menester es que vuelvas
a las raíces de tu sangre
y tú mismo veles por tus letras,
que si no no lo hará nadie.

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Lejos queda ya el otoño
que vio nacer, con paciencia,
a este loco acostumbrado
a soliloquios sin audiencia.

domingo, 22 de mayo de 2011

En la plaza está mi amor. Y ahora...


Malos tiempos corren... por la comisura de tus labios.

Se deslizan por tu boca inerme,
por el timón de tu garganta,
el manantial de tu risa,
respiradero de mi alma.

¡Calla y bésame!
Celoso estoy de ese viento
que te toca y te azota.
Mejor no calles, pero ¡bésame!

No pido tu amor,
no tiene sitio en mí
ni en este agreste corazón.
Quiero calma, quiero gritos,
un refugio de enterpierna,
locura, dulce desmesura.

Quiero un mayo rojo pasión.

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Lo diré de otro modo.

Quiero juventud que sangre.
Guerrilla urbana sin armas,
sólo gargantas.
Gargantas de hierro,
almas que canten,
manos cerradas que
agarran nada, ¡pero alzadas!

No amenazan, sino claman
la esencia que, por otros,
antaño fue robada.

Ya cambiamos el tintineo
de las monedas
por silenciosos bolsillos de chaqueta.

Ya callamos el dolor
y lo disimulamos
con canciones y bostezos.

Ya enviamos nuestra dignidad
en una botella vacía,
a través del inmenso mar.

Ya probamos
el sabor de las lágrimas
y su húmeda caricia.

Pero ahora...
Ahora no callamos.
Ahora sangramos.
Ahora clamamos.
Ahora pedimos lo que es nuestro.
Ahora somos revolución.
Ahora somos justicia.
Ahora somos la voz quebrada.
Ahora es cuando lo queremos, y
ahora es cuando lo haremos.

Ahora, hijos de los vencidos,
es cuando cambiamos nuestra historia.

domingo, 24 de abril de 2011

Sin capa, no hay abrigo. Sin abrigo, no hay poesía.


Pinta y guarda en sí un paisaje,
llora su pincel,
pero torna sus lágrimas de tinta
hacia su nívea capa de calma.

La hiere, la mancha.

Con silencio y sangre tejida,
con bordados bellos y esmerados,
de las minas del alma extraídos
sus hilos, ningún remiendo necesitaron.

Ahora no enmudece, sino grita
el que antaño portaba la prenda.
De turbias musas desprotegido,
en purgatorio de ideas.

Se agita, enloquece el enjambre
(Aflora lo maldito; lo bello nunca)
por el siniestro devenir
de gozosas mordeduras.

Gozad, malditos. Morded.
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Un temblor insatisfecho,
un roce distraído,
noches exentas de molicie,
de las deidades y sus desvaríos.

martes, 22 de febrero de 2011

Anoche probé...


Tu cuerpo,
Tu cálido abrazo, mi falta de calma,
Firmes tus pechos, mis manos ávidas,
Sin límites, casi infinita, la cama.

Tu boca se acercó a mis labios,
Entre alientos flotaron nuestros rezos.
Recogiste con tu frente mi reclamo
Y me consolaste con un beso.

Onírica noche de consuelos.
Maldito albor inoportuno.
Tu níveo cuerpo aún flota en mi mente,
Tu libertino aroma aún ronda este aire oscuro.

No recuerdo si logré tenerte,
Si pude tocarte, ojalá amarte.
Pero te sentí. Dentro, fuera,
Espléndida, rotunda en mi desastre.

Pálidas estrellas me vigilan
Cuando de la luz me quiero esconder.
Trescientas palomas enloquecen,
Tercas, al ver volar mi Ser.

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Me salva de mí cuando aparece,
Nublado y serio, rápido y voraz.
Me salva de todo cuando me ve
Transitando el turbio pedregal.